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25 de noviembre 2023

Octavo aniversario de la muerte de Diego
Faltan algunas horas para conmemorar el día en que mi hermano Diego, seis años mayor que yo, decidiera quitarse la vida y con eso determinar una fecha en el calendario que afecta mi estado de animo cada vez que se cumple un año desde ese día.
En este momento tengo 27 años, pasé a tener un año más de los años que él tenía en ese momento trágico que definió su muerte y mi propia historia de vida.
Soy un hombre disfórico, medicado desde hace ocho años con antidepresivos, inicialmente bajo el diagnóstico de depresión post traumática. Sin haber demostrado cambios significativos de mejora de esta enfermedad mental que me diagnosticaron, pasé a ser diagnosticado con depresión crónica con estigmas de trauma.

Pienso en la muerte de Diego como la cicatriz que se hizo en la espalda, a la altura de los hombros sobre su omoplato izquierdo (o derecho?) una vez después de haber atravesado la puerta de vidrio de una micro que no se dignaba a parar por haber creído (equivocadamente o no) que no había pagado su pasaje. Después de llevarlo a la posta para cerrarle la herida, se le hizo un queloide parecido al cuerpo de una oruga que yo le rascaba con cariño.

Es una muerte trágica imposible de digerir e integrar con la rapidez que el resto del mundo requiere para lograr integrarme como ser humano productivo, exitoso y funcional.
No puedo decir que lo he intentado todo, porque reconozco que he sido flojo y me he rendido ante el duelo. Incluso no he seguido la corriente natural del duelo, he interrumpido mi proceso con la idea de suicidarme y poner fin al curso de mi vida de una vez por todas, incansablemente por años. Me mentí a mi mismo al intentar convencer al resto de haberlo superado.

El duelo, en mi caso particular, no ha sido lineal. He dado giros y vueltas sobre los mismos lugares chorrocientas veces, he repetido incansablemente los mismo delirios, volviendo al mismo punto, una y otra vez, una y otra vez.

Me pregunto si vale la pena vivir, si vale la pena el sufrimiento colectivo en el que estamos sumergidos como humanidad. Me rindo, constantemente me rindo a la idea de ser alguien importante en la historia del mundo, me acepto insignificante y profundamente pesimista con tal de sorprenderme y descepcionarme de nuevo.

No quiero vivir en el limbo, atrapado en la incertidumbre. Yo sé que el destino no existe, que el camino se hace al andar y que hay muchas herramientas a mi disposición para construir un camino. Hay algo de bueno en todo esto, en tomar la decisión de quedarse y vivir lo que tenga que vivir
- Bitácora THR